A la hora de afrontar el proceso de
mediación, debemos conocer que podemos enfocarlo desde diversos puntos de vista.
Así, diferenciaremos por tradición tres líneas de pensamiento diferentes, que
engloban cada una de ellas un tipo diferente de modelo de mediación. Hablamos
del modelo tradicional-lineal
(conocido como Hardvare), del modelo
transformativo (de Bush y Folger), y del modelo circular narrativo (Sara Cobb).
Son las tres líneas principales de
actuación del mediador en el proceso, si bien esto no quita que la creatividad
o innovación que caracteriza al mediador, y la libertad por ende de actuar
conforme a sus pautas y premisas para lograr los mejores resultados, permita la
existencia de numerosos modelos de actuación de “cosecha propia”.
Hoy nos vamos a centrar en el modelo tradicional-lineal, o Hardvar.
Se trata del modelo más extendido, y se lo debemos a Roger Fisher y William
Ury, ambos miembros del Harvard Negotiation Project. Los dos desarrollaron este
modelo, conocido también como de negociación basada en principios, que se
aplica tanto a procesos de mediación, como de negociación.
El método se basa en cinco premisas: separar
a las personas del problema; centrarse en intereses, no en posiciones; inventar
opciones para ganar-ganar (ganar ambos); insistencia en el manejo de criterios
objetivos y conocer la mejor alternativa a un acuerdo negociado.
Obviamente, es un modelo eminentemente práctico: está completamente
orientado a la obtención de un acuerdo. Para ello, fomenta una comunicación
lineal entre los mediados, mediante la utilización de preguntas abiertas. En
esa misma medida, hay una cierta restricción de uso de preguntas cerradas, en
tanto en cuanto éstas no dan lugar a respuestas flexibles; centra la
mirada en el futuro, tiene una técnica ampliamente utilizada en procesos de
mediación de todo tipo; intenta manejar las emociones negativas de manera
resolutiva mediante apoyo en técnicas de legitimación y reformulación tan
pronto como es posible (pero dando mucha más importancia a la obtención de un
acuerdo).
Evita “enredarse” en bloqueos que puedan derivarse de una alta intensidad
emocional, ya que intenta no perder de vista el fin del proceso, que, como
hemos dicho, es la obtención de un acuerdo. Prima la comunicación verbal sobre
la que no lo es, y entiende el desacuerdo como la causa del conflicto, sin
dotar de excesiva importancia a las causas u orígenes de aquél. Por ello, no se
realiza (al menos de manera intencionada) un trabajo sobre la relación entre
las partes. La expresión de los mediados tiene lugar de manera ordenada, ya que
el modelo se caracteriza por una búsqueda de equilibrio a lo largo de
todo el proceso.
Se trata de un proceso estructurado, pero flexible, en el que el mediador
es un facilitador de la comunicación.
En cuanto a la celebración de las sesiones,
éstas pueden tener lugar tanto conjuntas, como individuales, manteniendo la confidencialidad en este último supuesto. El
mediador, respetando este principio, puede utilizar la información
obtenida en sesiones individuales para intentar fomentar el acuerdo.
Respecto a las ventajas que nos aporta este modelo, destacaremos que se utiliza para mediar en todo tipo de conflictos, si bien resulta especialmente conveniente en aquellos en los que no se precisa una mejora en la relación entre los mediados, y por lo tanto, cuando el conflicto es puntual, no existe una relación larga, y el objetivo no es mejorar la misma (aunque en toda mediación exitosa se cumple esta premisa). Tiene un índice de éxito en torno al 70%, superior al de otros modelos de mediación, lo que habla de su fiabilidad. Por eso, tiene gran aceptación en la mediación de conflictos de carácter mercantil u organizacional.